sábado, 21 de marzo de 2009

LA SEPARACION DE LOS AMANTES



Igor Caruso
Siglo XXI editores, S.A., México, 1970


PRESENTACION
Hola amig@s,
Quiero compartir con ustedes una de las lecturas que me siguen haciendo pensar cada vez que vienen a mi mente sus contenidos porque fácil es hablar pero difícil es vivir. Todos podemos ser expertos en consejos cuando otro ser humano está abatido pero pasamos la prueba cuando nos toca… y es la separación (por muerte, divorcio, etc.) una de las grandes razones de los duelos.

Según este texto: “la vida del ser humano es fundamentalmente tan ambivalente, está tan desgarrada entre la simpatía y el rechazo, entre querer vivir más y no querer vivir, así, que la función principal de los mecanismos de defensa consiste en controlar la ambivalencia. Pero también la "aceptación" de la muerte como "aumento" de la vida es importante…”. Sea como sea, nuestra cultura puede enseñarnos y preparamos a todo menos a morir o peder y por eso es que el contendido de este texto hace eco en mi mente casi siempre que conecto mis neuronas al tema.

Yo no soy la excepción y así como puedo aconsejar en ciertos momentos no he sabido vivir. Por ello, sólo deseo que disfruten el resumen y ojala lo comenten conmigo y les ayude en algo… o me ayuden a mi con esos comentarios…

Atentamente,
Periodista, Escritor y Creador de Teatro César Chupina
Embajador Cultural de la Paz


PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
Nuestro último consuelo estriba en el carácter efímero de todo lo existente, incluyendo la presencia del ser amado. De ahí que podemos descubrir como la separación amorosa y la muerte son cómplices. La primera se nos presenta como precursora y símbolo de la muerte. Estudiar la separación amorosa significa estudiar la presencia de la muerte en nuestra vida.

El dolor producido por la separación es, en última instancia, un dolor narcisista decía Freud quien sufrió estas separaciones en varias ocasiones. Conviene sin embargo anticipar que este estudio sólo es válido dentro de nuestro marco cultural y para nuestra situación histórica y social.

Se trata primordialmente aquí de la separación aceptada por ambas partes como un sacrificio difícil, bajo la presión de un "principio de realidad", cuya validez es aceptada por ellos conscientemente de tal manera que su amor les parece al fin "imposible".
Un amor "imposible" es desde un principio una renuncia masoquista al objeto de amor. Aunque este estudio versa sobre el amor supuestamente "imposible", se trata sin embargo de aquel que ha sido satisfecho real y efectivamente y que luego ha sido roto por un sistema de convicciones y convenciones. El mismo concepto de "amor desdichado" se acerca al de la "falsa conciencia" de Hegel.


I LOS MECANISMOS DEL MORIR
Es la vivencia de la muerte en mi conciencia ocasionada por la separación y complementario a esta, el problema que narcisísticamente es más mortificante para quien lo sufre: la vivencia de mi muerte en la conciencia del otro.

Catástrofe del Yo: De tal muerte en la conciencia surge la desesperación: dos personas estaban fundidas en una unión dual que sólo tiene un modelo: la "díada" madre-hijo

II. LA SEPARACIÓN COMO PRECARIEDAD Y COMO DEFENSA.
Freud escribió: "En efecto, el Yo debe tratar de cumplir desde un principio la tarea que le incumbe, es decir, mediar entre el mundo interior y el mundo exterior. Cuando en el curso de estos esfuerzos también aprende a adoptar una actitud defensiva frente al propio Ello (o estado impulsivo de su personalidad), y a tratar sus exigencias instintivas como si fuesen peligros externos, lo hace, por lo menos en parte, porque ha comprendido que la satisfacción total de los instintos le acarrearía conflictos con el mundo exterior. Luego, bajo la influencia de la educación, el Yo del niño se habitúa a desplazar el teatro de la lucha del exterior hacia el interior y dominar el peligro interior antes de que se vaya a convertir en un período exterior."

III COMO MORIMOS:
La pérdida del objeto de identificación amenaza realmente a la propia identidad -y esto constituye una vivencia de muerte. Esto vale especialmente para los tipos de personalidad orales, que viven sus relaciones objetables (o sea, con lo objetivo, lo de fuera de sí) con mayor intensidad como identificaciones y de ahí que no sea nada casual que encontremos relaciones orales (de dependencia) en los casos que conocemos.

La aflicción -en nuestro caso específico, la aflicción por la separación- es un intento de defensa contra el vacío, la negación y el empobrecimiento del Yo. Así, en la aflicción existen elementos auténticos del empobrecimiento y del vaciamiento del Yo, los cuales lógicamente podrían conducir a la muerte del Yo. Pero en definitiva, ¿no es toda identificación una defensa primaria contra la muerte? Para poder vivir plenamente, o para poder continuar mi vida, debo ser idéntico a mí mismo, y esto sólo lo alcanzo
al principio, al menos por identificación con los objetos. Para mí el ser amado no sólo es un "complemento" heterónomo, sino un "doble" mío, tomando la palabra en su estricto sentido. Otto Rank ha señalado al respecto que el mito del "doble" se origino en el proceso de defensa contra la muerte. Así también la pérdida del objeto de identificación o "amado", implica la irrupción de la vivencia de muerte.

El sujeto es confrontado sin compasión con este "afuera". Por otro lado el compañero separado -puesto que permanece fuera- no debería de existir más, debería borrarse de la existencia y de la conciencia para que la herida no sangre más. La separación inocula en la identificación un elemento de venganza: "muero porque tu no estás del todo conmigo", si tu ya no existieras yo estaría de nuevo íntegro (curado); así pues, como tú a mí, yo a ti. El peligro mortal a la que está expuesto el Yo posee en la vivencia un elemento paralelo que está profundamente reprimido en el inconsciente: el deseo de la muerte del compañero separado.

Idealización y ambivalencia
La ambivalencia es la característica normal de toda existencia humana porque el principio de realidad no esta en condiciones de depararnos ni el placer absoluto, ni el displacer absoluto. Tanto esto como lo otro es la ley fundamental, al menos en una mezcla optima, de una vida normal. Se necesita sin embargo, una fuerte organización del Yo para soportar la ambivalencia del mundo y para sacar de ello algo positivo. El esquizofrénico y, hasta un cierto grado, el neurótico no pueden manejar el éxito del Yo.

El mundo del "o esto - o lo otro" en lugar del "tanto esto- como lo otro" corresponde a la exigencia totalitaria del principio de rendimiento con su condena del placer y su exigencia del rendimiento necesario para la persistencia de la estructura de dominación vigente.

La desvalorización es una defensa primaria, pero secundariamente procura de nuevo, mediante la racionalización, eliminar la idealización que poco a poco se torna peligrosa.

Ni vida ni muerte: la ambivalencia de la separación
Para todo ser viviente una frustración, una amenaza, es dolorosa y peligrosa; sin embargo, la vivencia aguda de la catástrofe del Yo en la separación -como lo hemos estudiado- pertenece seguramente al dominio de una civilización organizada en forma especialmente individualista, y tal organización tiene causas estructurales.

Toda pasión es fundamentalmente asocial, supeditada al principio del placer y contradice radicalmente el "principio de rendimiento" exigido por el sistema social de dominación para su tranquilo sostenimiento.

La vida del ser humano es fundamentalmente tan ambivalente, está tan desgarrada entre la simpatía y el rechazo, entre querer vivir más y no querer vivir, así, que la función principal de los mecanismos de defensa consiste en controlar la ambivalencia. Pero también la "aceptación" de la muerte como "aumento" de la vida es importante. Recordemos el precepto completamente religioso: "si vis vitam para morten" -si deseas vivir, prepárate a morir-.

La opresión y la desintegración de los instintos provocada por la separación se presenta y es sentida también como algo socialmente necesario y muy valioso desde el punto de vista moral. Pero ya que el hombre tiene que esperar para poder vivir en la limitación y en la separación, tiende a dar también a los "poderes" que él se ha impuesto otra interpretación: la de poderes de la vida. Como en la elaboración del duelo tiene que des-identificarse con el objeto del duelo, tiene que ir más allá: una des-identificación sería una traición a la vida si no tratara de interpretar la vivencia de otro modo.


UN INTENTO DESESPERADO DE AUTOCURACION
Toda forma institucionalizada de poligamia, desde el punto de vista histórico y personal, sólo puede ser regresiva y reaccionaria frente a la monogamia institucionalizada. Pero la institución de la monogamia no es de por sí una garantía de una real correspondencia con un óptimo "grado de madurez" de los cónyuges ni de que esté respaldada por su grado de madurez. Por el contrario, así como la monogamia está institucionalizada, (y lo está, por la sociedad opresiva, que tiene que reprimir los instintos parciales en interés de la enajenación del rendimiento humano), ella no constituye un criterio para el sano desarrollo de la economía instintiva y de la auto-sublimación.

El Yo pacta con la represión -esto es, con la muerte psíquica- para poder sobrevivir, a pesar de todo. Continuamente podemos observar el mismo proceso: se cree haber perdido todo por la separación; en muchos casos, los examinados opinan que esta prueba es "peor que la muerte" y sería una ligereza considerar esto como un modismo. Con todo, después de algunos meses o años se dice resignadamente: "Yo lo (la) amé". Se sabe que algo se ha perdido, pero una vez pasado, es tan difícil revivirlo afectivamente como le es al esquizofrénico curado revivir las sensaciones inhumanas experimentadas durante el brote esquizofrénico.

Tras la renuncia a un intento de curación, la separación obliga a tomar una medicina; pero esta vez la contraria: el olvido (p.126)

La característica de la falsa conciencia es la racionalización, que pretende comprobar lo contrario de lo sucedido en realidad. (p.127)

No debemos olvidar la expresión sincera de Freud, quien escribió que el neurótico "intentará entonces retornar al narcisismo, eligiendo, conforme al tipo narcisista, un ideal sexual que posea las perfecciones que él no puede alcanzar”. (p.127)

La malograda curación y la agresividad indiscriminada
Se ha escrito mucho sobre las relaciones entre el amor y el odio y las hipótesis explicativas más ricas y más profundas proceden sobre todo del psicoanálisis. Freud mismo -en particular el Freud viejo- reflexionó durante décadas sobre este problema que lo atormentaba. Su "meta psicología" es un esfuerzo por crear un modelo antropológico que explique las fuerzas contradictorias, por una parte del amor y de la vida, por otra, las del odio y las de la muerte y, finalmente que establezca la relación entre ellas. (p.128)

En la audacia de su crítica a todo autoengaño humano, Freud sólo es comparable a otro revolucionario total: a Carlos Marx. Así como Marx, en un aspecto de su ser, fue un erudito alemán amargado y desconocido, un doctor rebelde. También Freud, fue un resignado y virtuoso profesor de la Universidad de Viena. Quizá le faltase justamente aquello que Marx poseía en exceso: darse cuenta de la necesidad de una transformación total para poner un fin a la enajenación del hombre. Freud era un hombre del amor y las masas no han sacado de su psicoanálisis más que el desenfreno de la sexualidad. (p.129) A pesar de su don profético, en su actitud social sólo se podría descubrir esta vieja sabiduría: "la meta de toda la vida es la muerte". (p.129)

Freud está ya muy cerca del posible descubrimiento del secreto pues nos muestra cómo el odio se transforma en amor, como antes el amor en odio, bajo el influjo de un "sentimiento social", descrito sin mayor precisión. Allí atribuye a la rivalidad una acción generadora de odio. Este último concepto es fundamental para la comprensión de la estructura social alienada. Si la trama social es una estructura de grupo ínter colectiva sui generis, que fomenta precisamente la "rivalidad", esta misma estructura competitiva desencadenará una y otra vez las fuerzas del odio para utilizarlas como instrumento de opresión. (p.131)

Puesto que los amantes separados han capitulado ante la presión del principio de rendimiento, por medio del superyo, para ellos se convierte el propio yo y el del compañero en objeto de desilusión y de odio. Existen sentimientos de culpa provenientes del Superyo, ante los cuales capitulan aquellos que se separan; pero el Yo representa también las demandas del Ello y en esta forma se convierte en regulador de la autoafirmación. Quienes se han separado saben que han sido infieles al principio del placer, a sí mismos y al otro.(p.137)

Entre muerte y cultura: la pasión
La terapia psicoanalítica se sirve conscientemente de la compulsión a la repetición, que trata de sacar de la circularidad para conducirla hacia una espiral en despliegue de sí misma. También la pasión es un intento de superar la compulsión a la repetición, un intento de curación de aquella "enfermedad para la muerte" propia del hombre. Ahora bien, la cultura condena este intento.

El hombre objetiva su precariedad y traspasa la naturaleza a la cultura; crea historia. El hombre quiere ser "más", vivir "más", ser "más" consciente: el "más" acaba por entenderse cuantitativamente y el ser se convierte en tener. (p.187)

Los hombres apasionados son utopistas y como tales pelean contra la historia -y hacen historia. Los hombres apasionados "arden" -una vieja imagen de la fuerza de la vida y también de la aniquilación y la consumación del trabajo creativo. (p.190)

Fascinación por la repetición
La constante acción del principio de muerte en la propia vida del hombre es para nosotros -no menos que para Freud- uno de los más "enigmáticos" problemas del psicoanálisis. (p.214)

En resumidas cuentas el pretendido "instinto de muerte" es quizá la totalidad de las reacciones específicas del Homo Sapiens a su saber acerca de la muerte. Parece que este saber utiliza todas las experiencias de la frustración y de la amenaza. El hombre está asediado por la muerte y encuentra analogías con ella incluso en su vida. (p.215) La cultura es una defensa contra el principio de muerte, es una respuesta a la muerte y lleva en sí elementos de la muerte no separada aún de la vida. La acción del psicoanálisis es ya en sí un buen ejemplo de esta tarea de la cultura. Conlleva manifestaciones de muerte, puesto que ha surgido como una respuesta a ella, pero su praxis no se reduce a la utilización de la "pulsión de muerte". Al contrario, su regresión obedece al "principio de esperanza" y se apoya en la peculiaridad del Eros (amor) de trascenderse y superarse a sí mismo. (p.216)

Biológicamente considerado, el Homo Sapiens es un animal prematuramente nacido y apenas consolidado; y sin embargo es el único animal que se puede mover en el aire, en el agua y en el cosmos y que en la esfera espiritual crea dioses para tomar luego su lugar. (p.222)

Se ve claramente el argumento de ciertas prácticas sexuales en las generaciones más jóvenes y entre las gentes de nivel cultural superior. Este es un indicio de la transformación de la situación histórico social de las sujetos y de la transformación de la situación de las mujeres que tienen ya experiencia sexual.

La mujer aparece más bien a la luz de estos datos cada vez menos inhibida en correlación con su formación cultural en aumento y con su creciente autonomía y muestra -igualmente en correlación con el grado de formación cultural y con la emancipación social- más fantasía, más interés y participabilidad psíquica.

Quedaría por responder la posible objeción de que la evolución social de nuestro tiempo no tiene en cuenta para nada las peculiaridades biológicas de los sexos y que la mujer moderna ha sido acorralada a desempeñar el papel del hombre en su comportamiento sexual. (Pág. 224)

Así, pues, aunque la norteamericana promedio de los años 50 seguía siendo menos "participante", que el hombre "medio", el propio Kinsey encuentra cifras relevantes de mujeres que lo son aun más que los hombres. Tanto en hombres como en mujeres pueden observarse grandes diferencias individuales.

La observación del comportamiento sexual de la mujer en el diálogo clínico o psicoanalítico nos proporciona un cuadro mucho más complicado y contradictorio que el promedio estadístico. (pág. 225)


SEPARACIÓN MUERTE Y UTOPÍA
¿Vivir con la separación?

El problema del hombre puede ser planteado también desde la perspectiva de la separación: separación del seno familiar protector, separación del objeto de amor, separación de sí mismo, separación de la vida. La conciencia o, al menos, el presentimiento torturante de la separación inevitable conmueve las raíces de la angustia que acosa a todo hombre; y lo hace tanto más frecuentemente cuanto más se aleja de la naturaleza, siendo este alejamiento su destino y su historia.

¿Puede el hombre vivir con la separación?

Evidentemente que puede, puesto que vive y, en el mejor de los casos, trata de alejar de sí lo más posible la última separación de la muerte. Quizá no pueda vivir sino en la medida en que logra sustituir una separación con una nueva presencia -y éste es el sentido del trabajo del duelo-; mientras éste no logre su meta, el hombre vive en la melancolía, dentro de la cual el trabajo de duelo no fructifica...

Que una separación demasiado prematura y demasiado duradera implica el peligro de muerte o de psicosis fue probado por René Spitz en el primer año de vida del niño. El niño o el joven, a pesar de la experiencia diaria de la separación, creen con determinada certeza –pragmáticamente fundada- que podrán contrapesar cada separación consumada con una nueva vinculación.

El hombre que sigue alejándose de la naturaleza (el niño y el joven están todavía muy cerca de ella), comprende o siente paulatinamente -en el caso de que sus mecanismos de defensa, especialmente la represión, no le enmascaren totalmente esta realidad vital- que no se puede contrapesar indefinidamente la separación. Comprende que después de haberse separado de todos los objetos, tendrá que separarse también de sí mismo. Es ese un elemento de su madurez. (pág. 246)

La solución más radical sería la más lógica y al mismo tiempo la más absurda; esta solución lógica y absurda no sólo es elegida por el suicida, está más extendida de lo que habitualmente se cree. Adoptamos a diario esta solución que puede describirse así: para no tener que vivir con la muerte preferimos a diario no vivir, esto es, reprimir la vida, limitarla y restringirla en nosotros y en torno nuestro en múltiples formas. (pág. 247)

Ahora bien, toda actitud humana es vida y muerte en uno. Nuestra vida es un ser para la muerte, pero al mismo tiempo es una rebelión permanente contra la muerte; es una lucha aquí y ahora contra la muerte y sigue siéndolo en el duelo, en la separación, incluso en la agonía, incluso en el suicidio. El hombre entregado a sí mismo y confiado en sus propios medios no puede ser feliz. Se puede postular que para la felicidad no puede consistir sino en breves instantes o -quizá más a menudo- en necias ilusiones.

El hombre no puede ser feliz porque es el único ser inacabado, porque no está integrado en la naturaleza con una trama segura y porque no puede ver su cumplimiento en la limitación de la naturaleza, en la que encuentra su lugar cada animal. (pág. 248) El animal, que no se conoce reflexivamente como individuo no barrunta siquiera la discrepancia entre el Yo-sujeto y el Yo-objeto, es enteramente actualidad. Aun cuando tenga sentimientos sencillos -y es ejemplo el perro doméstico- entre otros, nos hace suponer que puede sentir alguna especie de nostalgia-, sin embargo lo más probable es que esta nostalgia sea una perturbación vital o de su vida también actual y que no conozca ni la separación realizada en el pasado ni la muerte futura.

El que el hombre construya sistemas filosóficos y se complazca en escalar los cielos, tanto en sentido literal como en sentido figurado, puede muy bien explicarse por la angustia ante la caducidad; todo representante de la especie humana tiene que ampliar el mundo, porque toda detención de este proceso es una infidelidad al esquema de acción fundamental y mata, si no inmediatamente al cuerpo, sí al menos el espíritu del hombre: la detención del aprendizaje significa la muerte para el hombre.

La moderna sociedad de consumo, orientada hacia el mercado de los adolescentes, y por lo mismo a la "corrupción oculta" del gusto juvenil en el consumo, por una parte ha reforzado la "conciencia de clases" de los jóvenes, pero por otra también ha acentuado el prejuicio "racial" en la misma medida, porque ha creado dos mercados separados. (Pág. 254)

El deseo de este placer es alimentado en gran medida, efectivamente por los medios de comunicación de masas que se dirigen directamente al niño y al joven por encima de la familia. Si observamos la cosa más de cerca, sin embargo, resulta que la "sexualización" por los medios de comunicación se mueve exclusivamente en esferas increíblemente superficiales, torpes y engañosas, que impiden toda satisfacción directa e individualmente troquelada de los deseos por ellos provocados. (Pág. 256)

El aparato entero de las instituciones publicitarias actuales, que troquelan masivamente la vida civilizada, ofrece imágenes sexuales vagas, aunque penetrantes pero con la intención no de que estas imágenes encarnen una auténtica satisfacción sexual, sino de promover de forma inaudita el consumo de artículos, la uniformación de ideales sociales, del conformismo y de la irresponsabilidad política (en el occidente como en el oriente).

El pensamiento de combatir a la muerte y aun vencerla mediante una prosecución consecuente y una realización del deseo de vivir es todavía un pensamiento utópico, aunque paradójicamente este pensamiento utópico haya sido el que ha hecho posible la civilización entera, con sus legisladores y sus sacerdotes, y le haya dado vida: la civilización, en definitiva, es una lucha contra la caducidad. (Pág. 267)


SEPARACIÓN Y OPRESIÓN
En la sociedad opresiva, tal como la conocemos (es decir, en la troquelada por el burgués) se supone que la única sexualidad que es sana y adulta es la que garantiza un heredero que perpetúe la estirpe. Hasta hace poco entre nosotros (y en otras partes sigue sucediendo así) no sólo la evitación de la prole, sino incluso la generación de una hija, disminuía o quitaba su pleno valor al acto sexual. (Pág. 285)

La cultura "occidental", que parece integrar cada día más a las otras culturas del mundo, se ha caracterizado, entre otras cosas, por la separación de materia y espíritu. La tragedia antigua, con su tensión entre voluntad y sometimiento mostraba el castigo y al mismo tiempo la exaltación de la pasión, que se abate como un anatema del destino sobre el hombre para destruirlo. De ahí surgió una tensión específicamente occidental, entre Eros (amor) y Thanatos (muerte), entre el amor "material" y las exigencias del Superyo social. La contrapartida dialéctica inevitable de esta actitud fue la absolutización de la pasión y simultáneamente la inevitabilidad de esta infelicidad como expiación y como coartada. Denis de Rougemont en su conocido estudio sobre el amor "occidental" ha mostrado que el gran "amor auténtico" desde el otoño de la edad media asumió la forma de la pasión destructora: la pasión, el sufrimiento, la separación, la muerte. El mismo autor remonta esta concepción al maniqueísmo: desde entonces "el amor feliz no tuvo ya historia en la literatura occidental". Y en efecto, la separación y la muerte constituyen el tema principal de toda la literatura del individualismo occidental desde Tristan e Iseo hasta Madame Bovary y Ana Karenina.

El espiritualismo ha reprimido la aspiración de la felicidad terrena al mismo tiempo que creaba a ésta una coartada en la infelicidad considerada como castigo. El libertinismo se esforzó en provocar una reacción, pero el demonismo de la pasión no hizo sino ceder el paso al demonismo del vicio: la rebelión pensó aun en las categorías de la opresión. Por primera vez la ilustración y el humanismo integral del siglo XIX trataron de devolver al hombre -y con ello a la felicidad- el amor a partir de la enajenación ejemplar de su infelicidad. Para ello fue necesaria primero la obra de los Hegelianos de izquierda y después de un Sigmund Freud, para que acabemos de entender que la infelicidad del amor, a la que corresponde la separación, es más bien hija de la muerte y que la muerte es antes su presupuesto que su consecuencia.

¿Somos capaces siquiera de considerar la sensualidad libre de valoraciones como un don innato de la naturaleza y de asumirla sin culpa en la orientación de nuestra vida?
¿es realmente justo inculcar ya a nuestros hijos que la descarga sexual equilibradora, experimentada ya y practicada por ellos es 'pecaminosa' y 'sucia'? ¿Tenemos derecho -cuál derecho- a considerar de antemano mala la sexualidad en nuestra valoración, que esencialmente es más que nada una desvalorización? (Pág. 290).

Las primeras reacciones del que por vez primera educa a los primeros impulsos de los pequeños responden al 'tipo de personalidad básica troquelada como patrón por la cultura correspondiente. De ahí que nuestra actitud ante la sexualidad esté ya en gran medida predeterminada. Esto vale también para nuestras motivaciones inconscientes. (Pág. 290)

Volviendo al papel de la diferencia de sexos en el asunto de la separación, es importante para la vivencia de la separación, tanto en el hombre como en la mujer, que ya el punto de partida no es para ambos el mismo, al menos en nuestra sociedad. Puesto que la sociedad forma la familia y ésta troquela al niño en crecimiento, nos encontramos aquí en un círculo vicioso que tiene la apariencia del "fatum", puesto que las diferencias entre hombre y mujer son patentes y nada es entonces más fácil que suponerlas un resultado ineluctable de la biología o, en su caso, de la voluntad de Dios. A pesar de las opiniones contrarias, manifestadas de labios afuera, la mujer sigue siendo desfavorecida por el rezago de la legislación y de la opinión pública. (Pág.293)

-Sería ingenuo pensar que el opresor sea siempre el manifiesmente agresivo y no el oprimido. Por el psicoanálisis conocemos el papel de la agresión introyectada, esto es, la identificación con el agresor. Sabemos también que la agresión introyectada, que se manifiesta más patentemente en la mujer en trance de separación, puede volverse igualmente contra sí misma. Y recíprocamente la agresión del hombre puede adoptar formas compensatorias de preocupación cuidadosa y de protección. No se olvide, insistimos, que nuestro orden social, que tiene un influjo troquelador sobre la separación, se basa en la propiedad privada y es por lo mismo un orden posesivo. La separación es vivida, consciente o inconscientemente, como un grave daño a la propiedad. El duelo tras la pérdida (y la palabra pérdida es ya una expresión equívoca) no puede dejar de desplegar un dinamismo agresivo, desde el punto de vista sociológico, puesto que la separación ataca los "derechos de propiedad". (Pág. 294)

La separación no se realiza entre dos seres humanos que viven, por decirlo así, sólo para sí mismos en un espacio vacío; tienen que afrontar la catástrofe con los medios que les ofrece la misma sociedad. Dicho en otra forma, la elaboración psíquica de la catástrofe de la separación está íntimamente ligada a aquello que los encartados consideran como "sentido de la vida". Pero el "sentido de la vida" no es una idea platónica sino la totalidad de las posibilidades reales y supuestas de ser feliz y de realizar sus exigencias. En un orden social posesivo y opresor, erigido sobre la explotación de las clases de los sexos, se busca la felicidad en el éxito individual y cuantificable hasta donde sea posible. (Pág. 295)

Además, en una sociedad basada en la lucha competitiva, es decir en el egoísmo y la guerra de todos contra todos, una catástrofe yoica, sobre todo si es originada por la separación, ha de vivenciarse y elaborarse en la más absoluta soledad. Es siempre un drama individual que ensombrece todo lo demás y que, por lo mismo, es considerado por la sociedad con suspicacia. Puesto que el principio social de rendimiento no es capaz de impedir la catástrofe, más bien la provoca; lo que se trata de hacer tras la catástrofe es, o bien curarla individualmente (por ejemplo a través de un tratamiento psicoanalítico), o bien anestesiarse en la soledad.

Es cierto que en nuestra opinión lo que los hombres llaman amor y desean como tal no puede realizarse sino en la libertad y no se deja reglamentar impunemente. En nuestra opinión, la esfera íntima de lo sexual debería de gozar, en un moderno estado de derecho, de la más amplia libertad y que sólo cabe un control estatal mientras tenga que haber Estado donde se vea amenazado un bien jurídico concreto y no la moralidad abstracta. (Pág. 296)

En el Manifiesto Comunista de 1848 se señala que el matrimonio burgués contemporáneo era una forma de prostitución: se basaba en la doble moral del varón, que poseía ilimitado derecho de propiedad sobre la mujer comprada por él.





El matrimonio hoy sin embargo, sigue siendo una coacción para ambos sexos. (Pág. 299)

La discusión sobre si el hombre es, por naturaleza, mono o poligámico, es ociosa y sin objeto. El hombre es "por naturaleza" un ente cultural; esta cultura está sufriendo actualmente una revolución sin precedentes, a través de la cual la pretendida "naturaleza" del hombre ha de modificarse también. Parece que el hombre, siendo el único viviente que crea ideales, trata de realizarlos en la esfera sexual de tal modo que tiende -a pesar de otras inclinaciones- a una cierta forma de matrimonio principal o unión privilegiada, reconocida y fundada en el amor personal, que en general no excluiría totalmente otras vinculaciones afectivas. El matrimonio obligatorio se basa siempre en el derecho de propiedad y en la coacción. Hacer pronósticos sobre la forma futura del matrimonio es algo que pertenece más bien al reino de la fantasía. Lo único seguro es que la institución matrimonial tal como se muestra hoy en día no es todavía un lazo libre entre personas libres (Pág. 300)

Si el psicoanálisis ha probado sin lugar a dudas que el niño es troquelado en su índole neurótica por la familia, esta ley ha de completarse de acuerdo con lo anteriormente expresado diciendo que la familia a su vez es troquelada por la sociedad con sus formas de dominación opresiva.

El narcisismo no es encapsulamiento, sino amor para consigo mismo, sin el cual nunca se amará al prójimo. Ser narcisista significa también descubrir el placer -siempre ligado al sujeto- al descubrir el propio cuerpo y, a través de las relaciones del cuerpo (alimentación, calor, caricias, seguridad) con el prójimo, descubrir también a este último y con él el infinito e irrepetible mundo humano. (Pág. 301)

Marx nos muestra a través de su análisis que la mayor parte del trabajo humano le es enajenado al hombre por la forma social de dominación y es explotado por esa forma de dominación. Freud nos mostró como la mayor parte del amor humano le es enajenada al hombre y se le explota por la estructura de dominación introyectada. (Pág. 302)

Para ser absolutamente socializado el trabajo debe ser en gran medida despojado de todo placer; de no ser así no insistiría tanto la propaganda virtuosa en persuadirnos de lo necesario que es por una parte, y lo placentero que resulta, por la otra. Igualmente pobre en placer es el "amor permitido", puesto que también aquí la propaganda insiste en convencernos de lo necesario que es controlar el amor y de lo agradable que es este amor dirigido. (Pág. 303)

El hombre es el único animal que es capaz de reflexionar sobre sí mismo y sobre el mundo y por ello mismo de trascenderlos a ambos. Por ello es el hombre el único ser cuyos procesos instintivos -si bien se hunden sus raíces en la naturaleza, actúan y se canalizan en la historia de la cultura. (Pág. 304)

1 comentario:

  1. Libro de profundas raíces filosóficas y psicológicas, de compleja comprensión y lectura. Aceptar la separación de aquello que amamos es una condición sin la cual no podemos alcanzar la felicidad pues no somos eternos.

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