jueves, 26 de marzo de 2009

AL OTRO LADO DE LA MUERTE






Juán Félix Bellido
Editorial Ciudad Nueva, España, 1994.










PRESENTACION
Hola amig@s,

Al otro lado de la Muerte
de Juan Feliz Bellido, nos hace reflexionar en torno a cómo hemos desperdiciado gran parte de nuestra vida ante algo que debemos ver naturalmente porque para ser exactos –dice el texto- “es la verdadera meta de nuestra vida”.

La muerte es un tema del que no resulta fácil hablar con el hombre y la mujer contemporáneos que, contradictoriamente, la desafían más que en ninguna otra época. Y la desafían abusando de la comida, del alcohol, del tabaco, de la droga, de los fármacos, de ciertas dietas no controladas, de formas peligrosas de conducir, de nuevas sensaciones vertiginosamente peligrosas... y además, quieren, a toda costa, conquistar el acceso a la eutanasia, como ya lo han hecho al aborto, que al fin y al cabo es muerte.

Que disfruten de este resumen y como siempre: Espero comentarios.

Atentamente,
Periodista, Escritor y Creador de Teatro César Chupina
Embajador Cultural de la Paz


UN TABU LLAMADO MUERTE

La ruptura de un tabú
Por todos los medios y desde todas las tribunas, se trata de desterrar del pensamiento contemporáneo un tema tan vital como es el de la muerte. De tal forma, que para la mayoría de las jóvenes generaciones y no sólo para ellos/as se ha convertido, casi exclusivamente, en la escena culminante de una película violenta que, a fuerza de repetirse, pierde incluso su emoción.
Decía en una reciente entrevista Ferruccio Antonelli, estudioso del tema y autor de varios libros sobre el mismo, que la sociedad industrial, en la que vivimos tiende a exaltar el beneficio y la productividad, la salud y la juventud.
La muerte de los demás es, a menudo, un fastidio, por lo que el luto, prácticamente, se ha suprimido, al igual que el culto a los difuntos, y los funerales se han visto reducidos a una rápida formalidad, casi clandestina. La propia muerte es un acontecimiento en el que nadie piensa, como si así pudiera exorcizarse; por lo cual, nos encontramos con ella impreparados, y la vivimos con terror. Sin embargo, pocas certezas hay como ésta. Tarde o temprano, la muerte llega para todos.
Pero, ignorarla significa privar nuestra existencia de una parte o de una fase sumamente importante, su conclusión. No saber morir significa no saber vivir.
La muerte es un tema del que no resulta fácil hablar con el hombre y la mujer contemporáneos que, contradictoriamente, la desafían más que en ninguna otra época. Y la desafían abusando de la comida, del alcohol, del tabaco, de la droga, de los fármacos, de ciertas dietas no controladas, de formas peligrosas de conducir, de nuevas sensaciones vertiginosamente peligrosas... y además, quieren, a toda costa, conquistar el acceso a la eutanasia, como ya lo han hecho al aborto, que al fin y al cabo es muerte.

"La muerte, para ser profundamente exactos, es la verdadera meta de nuestra vida".

El esfuerzo por conseguir que adquiera su verdadero significado, puede ayudarnos a vivir con mayor plenitud y con mayor autenticidad de la vida.
Hoy se vive más, la esperanza de vida ha aumentado, por lo menos en la sociedad occidental. La media de vida casi se ha duplicado con respecto al siglo pasado, gracias al progreso de la medicina que ha reducido las enfermedades y ha encontrado técnicas quirúrgicas que frenan el progreso total de otras. Sin embargo, es curioso que, a pesar de ello, la muerte no haya disminuido.
Otros motivos son que han progresado los accidentes, las drogas, etc. y nuevas enfermedades han venido a ocupar el lugar de las ya desterradas.
El progreso científico nos ha ayudado a distanciar la hora de la muerte y ha llenado nuestra vida de un bienestar que antes no teníamos. Pero, paradójicamente, ha producido las "muertes en masa". Me refiero a los campos de exterminio, a los genocidios, a los abortos, a las explosiones atómicas.
Además, la imagen que nos presenta la civilización que hemos forjado es la de un grupo minoritario que vive en la opulencia y que busca sólo sus propios intereses a costa del subdesarrollo, la opresión cultural y material y la pobreza de un amplio grupo de semejantes. Es un fenómeno también de muerte; esta vez, podríamos calificarlo de "muerte social".
Es cierto que para el principal exponente del existencialismo, Heidegger, el hombre y la mujer es un "ser-para-la-muerte". Pero, también es cierto que afirma que la conciencia de esta insuperable finitud puede hacer de la existencia del hombre y la mujer algo más auténtica y menos banal. Y así, para Heidegger, la relación del hombre y la mujer con el mundo y con las demás personas pasa de ser superficial a ser auténtica. Y todo esto, no porque nos dejamos arrastrar por la "nada" y por el nihilismo, sino porque este pensamiento puede ayudarnos a vivir responsablemente nuestra vida y hacer de cada instante, de cada espacio de tiempo que es irrepetible y destinado a la no-existencia un compromiso serio y consciente.
Para Louis Lavelle, la muerte es una "realización", es decir, es el cumplimiento final que da sentido a toda la vida. "La muerte tiene un carácter de solemnidad, no sólo porque abre ante nosotros este misterio de lo desconocido en el que cada ser tiene que penetrar totalmente solo, ni porque ésta lleva al extremo la idea misma de nuestra fragilidad y miseria, sino porque suspende todos nuestros movimientos y da a todo lo que hemos hecho un carácter decisivo e irreformable. Pero, existe un aspecto realmente grandioso que ha desvelado la meditación sobre la muerte hecha por el pensamiento existencialista. Y es la relación que existe entre la muerte y la comunión interpersonal entre los hombres y las mujeres, y entre la muerte y el amor.
La muerte de un/a amigo/a o de un/a familiar que amamos con un amor que nos une no puede morir con la muerte biológica del individuo. Esto me revela que el/la prójimo es mucho más que un individuo biológico; sobre todo, me revela algo de misterio de la comunión interpersonal en el amor y de su “ser superior a la muerte”.

Ser-para-la-vida
El hombre y la mujer es un ser-para-la-muerte, en el sentido de que ésta forma parte de su vida. Pero la muerte es paso y no término. Es una puerta de acceso que no conduce a la nada, sino a otra estancia diferente de la existencia. Porque, para el cristiano, el hombre y la mujer es un ser-para-la-vida.
La reflexión existencialista contemporánea nos ha aportado, entre otras cosas, la idea de que la muerte no existe por sí misma; en el sentido, de que ésta es parte constitutiva de la vida del hombre y la mujer. Se halla en el interior mismo de su desarrollo físico e, incluso, de su desarrollo afectivo, en cuanto que relacionarse con los demás, significa, en cierto modo, “morir a sí mismo/a”. Además que la muerte enseña a vivir.
Bien entendido esto, hace al hombre y a la mujer capaces de situarse ante la muerte de manera activa y responsable, y no sólo sufrirla, sino aceptarla plena y libremente.
Aquí entra la aportación de un tipo de humanismo contemporáneo que supera la concepción de la muerte como puro determinismo biológico o, simplemente, como final de la existencia física, y la presenta como ese acontecimiento que compromete al hombre en todas sus capacidades. Con lo que testimonia la sed que el hombre y la mujer tienen por superar los límites, por afirmar su propia trascendencia. Y todo esto abre una puerta a la revelación cristiana y nos acerca al siguiente paso que aporta ya el cristianismo: si el pensamiento contemporáneo llega a la concepción del “vivir sabiendo morir”, el paso cristiano es el de “vivir la muerte como el nacimiento a una nueva vida”.


VICTORIA PARCIAL DE LA MUERTE

El dolor terminal
Interrogando a muchas perso-nas ancianas, no es tanto el miedo a la muerte lo que les domina, cuanto a los sufrimientos que puedan precederla. La enfermedad terminal produce ruptura. Ante todo, con el propio cuerpo y con sus capacidades. Esta acaba con la belleza y también con la eficacia. Pero, lo más doloroso puede ser la ruptura que se crea con la propia psique. Nacen terribles miedos, como el de no ser entendidos, no ser amados, el de dejar de ser un motivo de alegría para los que nos rodean. Nace el temor a la creciente debilidad y, por consiguiente, a la cada vez mayor dependencia de los demás, a la evidencia de poder valernos, cada vez menos, por nosotros mismos. Y, además, aparece la soledad.
Pero, existe un nivel de división y de ruptura que puede resultar aún más dramático: la ruptura con el propio ser y la angustia ante la posibilidad de hundirse en la nada, porque al final del túnel no aparece sino la muerte. Y el dolor se hace absurdo e insensato. Lo que hoy domina la cultura actual e impregna nuestra existencia, nuestras respuestas y nuestras actitudes, yo diría que son dos pensamientos fundamentales. Por una parte nuestra sociedad está impregnada de “nihilismo” y éste lleva inevitablemente a apoyar la vida en lo inmediato.

Toda pérdida es una ganancia
El dolor y la enfermedad, si son amados, aceptados y asumidos por amor y porque provienen del Amor, son etapas que nos hacen avanzar en ese proyecto de amor.
Para el cristiano, la vida “en solitario” no tiene sentido. El mandamiento del amor recíproco suyo y nuevo, y el proyecto de unidad que Jesús trae, como imagen misma de la unitrinidad de Dios, hacen que también la enfermedad y el dolor al igual que la salud se vivan comunitariamente
. La revolución que trae el mensaje cristiano, en este aspecto, no es poca. Transforma, también, esto que parece pérdida, en ganancia.

El otro lado de la puerta
La fe cristiana espera no sólo una existencia posterior a la muerte, espera una Vida.
Es muy posible que la visión de un Dios castigador y justiciero creada a veces a nuestra imagen y semejanza haya ofuscado demasiado en la mentalidad popular, y en la de los artistas, favoreciendo sólo la visión de un aspecto y menos la de otro. La imagen del Dios de los Evangelios es justo, ciertamente, pero Amoroso. Y muchas veces, nos hemos fijado más en el miedo al castigo que en la figura de un Dios que, para la plenitud y la felicidad, nos ha creado y hasta ella nos quiere llevar.
Estas realidades futuras han despertado siempre la imaginación de los creyentes. El infierno y el paraíso han sido imaginados de todas las formas y maneras. Sin embargo, al referirse a ese otro “lado de la puerta”, del que venimos hablando, la Iglesia, se ha expresado siempre con enorme sobriedad, y ha presentado, sobre todo, la esencia de dicha realidad. La vida, más allá de la muerte, para la fe de la Iglesia es estar eternamente con Dios, y la muerte eterna consiste en estar eternamente separados de EL.
Nuestra plenitud y felicidad aquí, nuestro “paraíso”, permítaseme esta palabra, será la vida del amor. Y el cristiano que ama, hace ya en este mundo, una experiencia anticipada del Paraíso.
Existe, sin embargo, otra posibilidad. El hombre puede rechazar la comunión con Dios, cerrarse a su Espíritu, rehusar a los otros: es la cerrazón sobre uno mismo que significa morirse en vida y el comienzo de la muerte: es el infierno anticipado.


ENTRENAMIENTO DIARIO

Muero todos los días
¿Qué es el amor? Significa algo tan sencillo y tan grande como vivir por el otro, ser el/la otro/a. Ponerse en el lugar del otro. Y esto supone, nada más y nada menos, que dar la vida por él/ella. Es decir, exige el olvido de mí, de mis gustos, de mis exigencias, de mi mentalidad, de mis proyectos, de mis planteamientos, para ir al encuentro de los/as demás.

Del Amor al Amor
Madre Teresa de Calcuta, expresa así: “El amor es un fruto de las estaciones y de más allá de las estaciones, sin límites, que está al alcance de todos. Puede suceder que una simple sonrisa, una pequeña visita, el simple hecho de encender una luz, escribir una carta a un ciego, llevar una cubeta de carbón, regalar un par de sandalias, llevar el periódico a un desconocido, cualquier cosa pequeña, por pequeña que sea, es el amor de Dios en acción”.
El mayor enigma de la condición humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero, su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo.
Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que, hoy proporciona la biología, no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano.
Mientras, toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia Católica, aleccionada por la Reve-lación Divina, afirma que, el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz, situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre.

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