jueves, 26 de marzo de 2009

EL LIBRO DE LOS PLACERES PERDIDOS




Dr. Robin Meyers
Editorial Norma, S.A.
Colombia.




PRESENTACION
Hola amig@s,
“El Libro de los Placeres Perdidos” de Myers me hace recordar lo rico que siento cuando me tomo una taza de café como marco de una conversación, sea intelectual o no, y que es una de las cosas más bellas que me puede pasar como ser humano.

Me recuerda también lo exquisito que es cuando siente el aire en su piel… entra en contacto con el agua… ve un atardecer o un amanecer… está en o frente a un paisaje… una obra de arte…. Todo aquello que parece se ha ido perdiendo y que nos hace real y sencillamente humanos.

El propósito de este libro es justamente ofrecer consejos prácticos. Es a la vez una exposición sencilla y una especie de menú, una docena de homilías sobre una docena de formas de vivir que se han perdido. Es un libro sobre el momento, y sobre todas las cosas aparentemente insignificantes que ocurren a diario y que son dignas de veneración.

Que disfruten de este resumen y como siempre: Espero comentarios.

Atentamente,


Periodista, Escritor y Creador de Teatro César Chupina
Embajador Cultural de la Paz

EL LIBRO DE LOS PLACERES PERDIDOS
El propósito de este libro es justamente ofrecer consejos prácticos. Es a la vez una exposición sencilla y una especie de menú, una docena de homilías sobre una docena de formas de vivir que se han perdido. Es un libro sobre el momento, y sobre todas las cosas aparentemente insignificantes que ocurren a diario y que son dignas de veneración.

I. El olvidado Arte de la Conversación
Toda nuestra civilización y sofisticación dependen del lenguaje. La torre de Babel está destinada a demostrar que cuando el lenguaje humano falla, la comunicación y por ende la cooperación, se vuelven imposibles. Hoy en día la tragedia no es la confusión sino el silencio.

Para vivir una vez más la vida simple, espiritual, debemos volver a ubicar la conversación donde corresponde: en el centro de la vida humana. El mundo está lleno de ruido, pero ávido de conversación que tenga sentido; de hecho el hogar se ha convertido en el lugar más ruidoso, en medio del más absoluto silencio, de todo el mundo. La razón: La televisión ha reemplazado el impulso del lenguaje, el arte de la conversación empezó a morir cuando nos desplazamos de la mesa al sofá. Escuchando pasivamente mientras otros hablan sin lugar para pronunciar nuestro propio discurso. Al mismo tiempo que la luz titilante de la pantalla reflejaba los rostros de autómata de toda una generación, el sonido de las familias actuando como familias -discutiendo, bromeando, persuadiendo, animando, poniendo y probando límites, sondeando sentimientos ajenos y contando cuentos- se fue desvaneciendo hasta la desaparición total.

El amor no puede sobrevivir en el silencio. Los niños no pueden sobrevivir alejados de las palabras que superan sus temores, y no pueden ensayar y refinar sus relaciones si nunca oyen el sonido de las voces que aman “acariciando el momento”.
En un mundo en que el divorcio es cosa común no es secreto que los matrimonios se acaban por el silencio, la comunicación es el medio de intercambio de la pasión; es la mensajera de la consideración. Ser escuchado, realmente escuchado, y ser oído es tan fundamental para la renovación de la intimidad que se ha convertido en el desesperado estribillo de nuestros tiempos.

¿Cuál es entonces, el primer paso hacia la recuperación de una vida espiritual de placeres simples? Es cortar el cable del televisor. Solamente cuando la luz azulada del televisor se desvanezca podremos reconocernos otra vez bajo la luz blanca de la mañana. Si usted no logra hacerlo tan radical, por lo menos propóngase percibir la TV como un enemigo del espíritu, un intruso seductor y anestesiante de todo lo que hay de genuino y enriquecedor en la vida en familia. Utilícela como fuente de información y escoja lo valioso que ofrece pero no permita que se convierta en el ruido de trasfondo de su casa.

Si usted lo logra, y es consecuente, un silencio desconcertante invadirá su casa. El silencio es oro solemos decir, pero al principio asusta un poco. Abandonados a nuestra suerte, y al espacio vacío y fértil que el silencio genera comenzaremos a anticipar nuestra próxima conversación – incluso podremos iniciar una conversación con nosotros mismos. Todo esto hace necesario un cambio de estilo de vida; al inicio la falta de práctica hará que el intento parezca torpe. Hasta que reviva el arte de la conversación muchos intentos bien intencionados van a tartamudear y a morir. Pero la conversación como todas las cosas buenas de la vida, no se puede forzar.

Por medio de la conversación se organizan los valores y se contagia la pasión. Si un padre o una madre hablan de él, el tema se vuelve importante; si a un niño se le permite unirse a la conversación, ese niño se convierte en algo más que una decoración de la mesa y adquiere un papel en el drama de crecer.

Este es el primer consejo para restablecer una vida espiritual de placeres simples: decida conversar más y dejarse entretener menos. Échele un leño al fuego de la conversación y sus hijos inevitablemente migraran desde su propia soledad hacía la comunión que ansían.

Simplemente hable para salvar los espacios que nos dividen, pues el lenguaje humano no es ni banal ni insignificante. A veces todo lo que buscamos en la vida es una palabra de alguien. Una palabra de aliento, una palabra de perdón, una palabra de reconciliación. La vida auténtica merece ser conversada.


II. La música y la vida mesurada
La vida simple y espiritual ansía la música de la misma manera que como anhela la comida, cocida lentamente y servida en platos sucesivos. Anticipa el aroma de un verso conocido, de una melodía recordada que nunca deja de agradarnos. Podría decirse que la música no produce nada de valor tangible, pero una vez más recomendamos la vida del oído por encima de la del ojo; todos los niños deberían aprender a tocar un instrumento sin importar cual, todas las madres deberían cantarle a sus hijos, y todos los padres deberían aprender por lo menos una canción de cuna.

El espectáculo de niños bailando espontáneamente es una de las cosas más bellas que tiene la vida. De hecho, la vida simple y espiritual tiene mucho de baile, pues el movimiento en sí mismo es un placer muy cierto, todo un signo de alegría. No es necesario aprender a bailar; sólo se requiere reprimirse menos ante el movimiento físico, pues la falta de movimiento es en realidad una forma de muerte. La música y el baile son formas de vida, meciendo el alma, aprovechando la savia de la pasión y recordándole al cuerpo lo bello que es.

Tampoco importa qué clase de música se escucha, cualquiera que sea el tipo logra fundamentalmente lo mismo: izar la bandera de la memoria, evocar el beso, narrar el sueño. Y para los fines que perseguimos, aporta algo indispensable a la calidad de la vida: nos recuerda que la cooperación y el ritmo lo son todo.

La música nos enseña, con su sutil ejemplo, que la vida se vive según estándares de lo apropiado y lo inapropiado más que según veredictos de bueno y malo. La música crea estados de ánimo, los estados de ánimo dan impulso a los momentos, y los momentos son todo lo que tenemos. De ahí que la vida espiritual exija un cierto tipo de virtuosismo emocional: las circunstancias de la vida dictan los sonidos de la vida.

La tecnología ha hecho posible llevar la música a todas partes, pero la mejor manera de escuchar música es en vivo –yendo a donde hay seres humanos que la hacen, viendo los rostros asociados a su creación, sintiendo la comunión de amigos que genera. El ojo puede ser la ventana del alma, pero el oído está más cerca del corazón.

Éste es entonces el segundo consejo para recuperar los placeres sencillos de la vida espiritual: encuentre el sonido musical que ama y, como un pretendiente persígalo con insistencia. No olvide que las cosas más satisfactorias de la vida se nos dan en un determinado momento y no pueden duplicarse, por más cinta de audio y vídeo que compremos.

La música es el alimento básico de la vida espiritual. Como un río que fluye desde el origen del tiempo, la música sigue su curso, con o sin usted. Lo único que tiene que hacer es soltarse de la orilla, soltarse con frecuencia, pues la memoria y la esperanza son las corrientes más profundas.


III Devorar libros : Festín de la Imaginación:
Nunca debemos dejar de comer libros, porque los libros son el festín de la imaginación. En primer lugar de las cosas que alarman hoy en día está el hecho que demasiadas personas han dejado de leer.

Pensemos en sólo algunas de las razones por las cuales la vida simple y espiritual exige libros en casa; primero son objetos físicos, sean viejos o nuevos, ocupan espacio al contrario de tantas cosas pasajeras de este mundo. Los libros esperan pacientemente a que alguien los tome en el momento oportuno. Por cierto acumulan polvo y se amarillean, pero no desaparecen. Son como una especie de energía cinética empastada, promesas en el lomo, sangre que se convierte en tinta y una vez leída se vuelve a convertir en sangre. Pueden resucitar a los muertos, volviendo inmortales los pensamientos.

Es más, los libros crean una especie de comunión silenciosa, trayendo extraños a la casa sin ningún peligro y sin tener que preocuparnos de dónde los vamos a alojar. Mantienen el orden y enseñan a tener expectativas, pues comienzan con la introducción y nos sueltan hasta el final. Todo esto equivale a decir que uno puede mantener una relación con los libros, una relación que el lector puede moldear y controlar.

Pero lo más importante que nos aportan los libros es que son el mejor medio de desarrollar la más vital de las facultades humanas, la imaginación. Las palabras describen pero se necesita de un lector para evocar las imágenes, darles forma y si es necesario, censurarlas. La mayor parte de la crueldad humana se eliminaría si la gente tuviera la capacidad de imaginar, ya que la imaginación hace posible la amabilidad al permitir que nos metamos en una piel que no es la nuestra.

Finalmente, la lectura de libros no es una clase de fantasía simple y aséptica. Es un medio interminable de autodescubrimiento, un medio de dirigir el carácter mismo del lector.

Esta es la tercera recomendación para recuperar los placeres sencillos y la vida espiritual: compre, pida prestados o saque de la biblioteca libros en grandes cantidades y considérelos sus amigos. Algún día, cuando leerles a los niños sea tan natural como amamantarlos, los adultos nunca sufrirán el destete de la página impresa.

“¿Has leído...? Póngase a régimen , si desea, pero atibórrese de libros. ¿Qué puede perder, si no es su estrechez intelectual?

IV. Ser padres: sobre dioses grandes y dioses pequeños.
Ser padre es la tarea más importante que enfrenta el ser humano que se reproduce, ya sea por decisión propia o por casualidad. El ser padre se basa en la filosofía: "es difícil al comienzo, y nunca se volverá más fácil" Por aparte el problema está naturalmente, en que a los niños con frecuencia se les percibe como accesorios, rara vez se les ve como lo que son, personas pequeñas tratando de encontrar el orden y el sentido al mundo.

Ser padre no es un concurso con premios o logros, esto nos da una lección diferente: es un proceso con consecuencias. Las madres y los padres son en casa, dioses grandes y los hijos aprendices de dios, dioses pequeños; entonces cuando los dioses grandes están contentos todo va bien entre los dioses pequeños, cuando surgen problemas arriba, se presentan problemas abajo. Este es el templo de nuestra casa con una liturgia de la vida que dura veinticuatro horas diarias.

Da miedo el poder que tenemos los padres, el saber que podemos crear confianza o destruirla, pero no se puede engañar a los dioses pequeños, ellos observan cada uno de nuestro movimientos y absorben cada gota de miel o de vinagre que hay en casa; volviéndolos dulces o amargos.

La cuarta recomendación para una vida más espiritual y llena de placeres sencillos: si usted tiene hijos, considere que ser padre es la más sublime y sagrada de las artes, hasta que la muerte nos aleje de su constante mirada. Recuerde que los niños ansían que se les ponga límites y florecen con una sana disciplina. Aprender a manejar el tiempo, a apreciar la ternera, a moderar sus juicios, a recordar los cumpleaños, a defender a los débiles, a contemplar lo bello- todo ello observando la enseñanza que es la vida de sus padre.

El nuestro no es todavía un mundo apto para los niños; para hacer que lo sea tenemos que redefinir el sentido de la vida buena. Para los niños la vida es buena cuando hay más luz que oscuridad en casa. Después de todo lo que los dioses pequeños desean es que los dioses grandes sean felices y les den un poquito más de su tiempo.


V. Tener mascota: la importancia de los amigos cuadrúpedos.
Quizá no exista ninguna ventaja práctica de tener una mascota, pero sí tiene un significado emocional y hasta espiritual. Como ninguna otra cosa los animales tienen una manera de sacar a relucir la ternura en los seres humanos, y nos conectan con la infancia de una manera que no es infantil.

Los animales nos enseñan las fuerzas elementales de la vida, desnudas de artificios y apariencias. Son ellos parábolas de autosuficiencia, cuya única verdadera preocupación en la vida es su capacidad de sobrevivencia. Viven libres de cualquier inquietud acerca de su reputación. Que es precisamente en lo que radica su beneficio para los humano. Esta "ausencia de humanidad" misma es la que tiende a volvernos más humanos.

La simplicidad de los animales, y la oportunidad que nos brindan de demostrar afecto sin una historia previa, nos disminuye la presión sanguínea y nos hace aterrizar.

Los místicos han escrito sobre la importancia de lo que llaman "nuestros amigos cuadrúpedos". Sostienen que nuestro comportamiento con los animales es una medida fiable, en términos éticos, de cómo es nuestro comportamiento con los muy jóvenes y los muy ancianos.

He aquí la quinta recomendación para una vida más simple y más espiritual: deje entrar a los animales, tanto literal como figuradamente; que sus actos con los animales sean una medida de su compasión hacia la vida misma.


VI. Cartas y regalos: una vida amable.
Nunca en la historia de la humanidad tanta tecnología ha hecho posible comunicarse con tanta rapidez y claridad con tantas personas; y a pesar de ello estamos hambrientos de mensajes que signifiquen algo. Pero hemos olvidado el arte de escribir cartas; hemos perdido el vocabulario básico de la consideración por los demás. Todo es negocio sin corazón, comida rápida y no alimento para el alma.

Mucho más que una mera comunicación, las cartas, especialmente las de amor, se dirigían al alma. En las cartas tendemos a escoger las palabras con cuidado y a imaginar la respuesta del lector. Incluir u omitir, crear esta impresión o la otra son las consideraciones del arte y el arte es el conducto hacia el alma. Separan la voz del cuerpo y por ello captan mucho más del alma que el discurso ordinario, el cual con frecuencia está pensado para ganar que para comunicar.

Si pudiéramos rescatar el arte de escribir cartas, perdido hace ya mucho tiempo, el mundo sería un lugar mejor.

Hay otra practica simple que, aunque no se ha perdido se ha llenado de convenciones: la de hacer regalos.

Deberíamos considerar con mayor frecuencia dar regalos sin razón, como simple muestra de afecto y consideración. Pero sobre todo piense en ofrecer un regalo creado por usted mismo. Todos tenemos algo que compartir, y no es cuestión de competencia. Es una forma de comunión. Un regalo bien escogido puede ser el acto humano más renovador y considerado, pero podría resultar más sabio separar el placer propio, facilitando más bien el placer de los demás.

Esta es la sexta recomendación, en dos partes para la vida espiritual de placeres sencillos: Tome una hoja de papel y trace los rasgos de su corazón escribiendo una carta. No tiene que haber ocasión especial, únicamente el deseo de expresarse y poner al correo un pedacito del alma. Cuando pueda imagine qué tipo de regalo podría hacer sonreír a alguien y ofrézcaselo sin más razón. Saber que habitamos en el corazón de alguien es vivir.


VII. Aprovechar el momento.
Si hay un mensaje constante que todos los santos han tratado de comunicarnos a lo largo de los siglos es este: hay que vivir el momento. Todos nos hemos vuelto pobres de espíritu porque creemos que el mundo es ordinario, es necesario adquirir lo que Ricoeur llamó la "segunda inocencia" para recuperar la mirada de la infancia, vea a los niños que nacen con una mirada abierta llena de asombro.

Aunque parezca filosofía para principiantes la pregunta más importante que podemos hacer es simplemente esta: ¿Por qué existe algo? ¿Qué hizo que el universo existiera originalmente, y qué tipo de mente impulsa este delicado desorden? Recién librados de nuestros antiguos supuestos sobre un mundo newtoniano y mecanicista, ordenado y predecible, nos percatamos ahora de que el mundo es mucho más sorprendente y menos predecible de lo que imaginábamos. Necesitamos aprender que si vemos el mundo de cerca podemos ver cosas maravillosas.

Haga de ésta la séptima recomendación para recuperar los placeres sencillos y vivir una vida espiritual: apodérese del día, pero sin abusar de él. Tenga fe en que la lluvia pondrá fin a la sequía, y confíe en el poder evolutivo de la vida; pero no sólo practique lo que predique sino créalo también.


VIII. Devolver el romance al hogar.
Nuestra sociedad se está desmadejando, las razones son muchas, pero la fuerza principal que nos lleva a romper las ataduras que nos caracterizan como humanos y protegen el alma es la disfunción sexual.

El sexo nos compele y nos vuelve ansiosos, no logramos decidir si se trata de un infortunado retraso biológico que nos arrastra al nivel de los animales, o si es un delirio sagrado al cual debemos unirnos en espíritu en formas tales que nos hacen plenamente humanos. Es la mercancía más antigua del mundo, y también la causa más eficazmente masificada de ansiedad y paranoia.

Buena parte del fervor contra el aborto puede surgir de un deseo no articulado de hacer sufrir a las mujeres por su "promiscuidad". Y el temor en torno a la educación sexual en las escuelas puede fundamentarse en la idea de que la información honesta sobre la sexualidad actúa como incentivo de conductas inmorales. Lo cierto es que nada fomente un comportamiento sexual destructivo como la negación hipócrita, el secreto ritualizado y el temor institucional. Si hay alguna esperanza de curarnos de lo que aqueja sexualmente, debe basarse en una visión más natura, de este instinto humano tan poderoso. Si las familias van a unirse de nuevo, deberán comenzar por confesar que en ningún lugar como en el hogar sembramos las semillas de una sexualidad sana o malsana.

El hogar es el templo de Eros. Es allí que los niños experimentan por primera vez la atracción física y el afecto como algo sagrado o profano. Cuando los dioses pequeños ven el abrazo de los dioses grandes, el amor se fija al alma y cuando los padres se toman de la mano los niños ven la ternura actuando. Es más cuando los dioses grandes ponen en práctica su respeto por los límites sexuales, establecen esos mismos límites en los niños.

Ya sea entre las naciones o entre los miembros de una pareja comprometida, lo verdaderamente sacrosanto en este mundo creado, es el encuentro de dos personas enamoradas no sólo de sí mismas, personas cuyo amor y confianza han logrado la reciprocidad. Por eso es tan importante que una vida sencilla y espiritual sea una vida de afecto exteriorizado.

Cualquier enfoque religioso de la vida es por naturaleza una visión sensual no para consumirse en el placer sino para abrazarse por el deleite de hacerlo. El cumplido y la caricia son las verdaderas muestras de lo romántico y enseñan, por medio del ejemplo, una vida llena de respeto. Un hogar sin intimidad física es uno en que el afecto es en realidad afectación.

Esta es, entonces la octava recomendación para recuperar la vida simple y espiritual: santifique el espacio entre ustedes dos demostrando su afecto. Permitan que los niños los vean besándose; deje que ellos oigan sus bromas, sus suaves reprimendas y hasta sus expresiones de celos bien intencionadas. El cortejo doméstico refuerza la idea de que las personas están juntas porque desean estarlo, y no porque es lo apropiado o lo práctico.


IX. La religión de la compasión.
La palabra cristiano se asocia hoy en día con los elementos más violentos, más paranoicos y más peligrosos de la sociedad. Personas que se autodenominan en pro de la vida asesinan trabajadores en clínicas. En el nombre de Jesús, príncipe de la paz , oímos más retórica llena de odio, presenciamos más homofobias y somos testigos de más desdén hacia las mujeres. Mucho cristiano ha sido secuestrado y no será puesto en libertad muy pronto.

Porque las mejores cosas del mundo son las más fáciles de corromper, la religión está en peligro constante de auto-destruirse. Millones de personas inteligentes la han abandonado y sin embargo siguen buscando la iluminación y la espiritualidad, a menudo solitariamente, desconectados de la comunidad. En cada una de las grandes religiones el objetivo es superar la separación de Dios y los unos de los otros. Las características de una persona verdaderamente religiosa son las mismas sin importar el nombre que dé a Dios, e independientemente del rito que utilice para hacer descender la divinidad.

Librado del cautiverio, del temor y del odio, el corazón sano ve ahora la reconciliación como la tarea principal de la vida, reconciliación hecha posible por lo único que puede salvarnos: el amor incondicional.

El problema se presenta cuando la revelación se organiza en sistemas, y los sistemas se fosilizan en doctrinas. La conciencia engendra enseñanza y ésta engendra reglas. Antes de que nos demos cuenta, la revelación hecha para conectarnos unos con otros se convierte en doctrina eclesiástica destinada a dividirnos.

Esta es entonces la novena recomendación para los que deseen una vida más sencilla y más espiritual: mida su fe midiendo su compasión. Pregúntese si lo hace más dispuesto a perdonar y a reconciliarse, a ser paciente y generoso, a poner su propia casa en orden antes de reorganizar el resto del mobiliario del mundo.

La vida espiritual es una vida imbuida de significado religioso, pero no de aquel que conduce a nuevas formas de idolatría. La persona genuinamente religiosa ve la naturaleza, la vida, la mente, como una sola cosa, y no es compulsiva ni dominante.

No viva para ser observado y premiado. Envejezca con dignidad y abandone el ego de la juventud al mismo tiempo que las pretensiones de inmortalidad. No deje pasar el momento por estar buscando un milagro; los milagros ocurren en el momento. No se acostumbre a culpar a los pobres por ser pobres sino haga lo que pueda por cambiar su suerte, y comparta más de lo que ha recibido.


X. Sólo los que están comprometidos son libres
En la actualidad se ha vuelto muy corriente quejarse histéricamente de que estamos todos perdiendo nuestra libertad. Pero para muchos esta pérdida significa cualquier cosa que vaya en contra de sus métodos o que le agregue un desvío a la distancia más corta entre lo que tiene y lo que quieren, obligándolos a respetar ciertas reglas humanitarias básicas que, según ellos, todos respetarían si sólo los dejáramos en paz.

Otra idea ficticia sobre libertad humana constituye un pretexto para tolerar algunas cosas, sin que importe su impacto en los demás. Libertad significa entonces licencia para hacer caso omiso de las obligaciones, para consumir sin consideración, o para buscar el placer irresponsable. Por eso la vida simple y espiritual nos exige que recuperemos el concepto religioso de la libertad –uno muy diferente del popular y del político. La libertad religiosa se definía antes como la aceptación voluntaria de obligaciones más profundas y sagradas que las que cualquier autoridad civil podría exigir.

Está es la décima recomendación para una vida más sencilla y espiritual: utilice su libertad para escoger lo que va a sacrificar por los demás. No confunda la ausencia de control con la licencia para huir de las obligaciones; considérela más bien como la oportunidad para acercarse a ellas. La libertad tiene que ver con la oportunidad, no con el libertinaje. De lo contrario se convierte en un sinónimo de egoísmo. Si una y otra vez tomamos opciones egoístas, al final nos encontramos sin ataduras, pero solos. Por otra parte si elegimos entrar en comunión con los que nos rodean cosechamos mucho más de lo que generosamente hayamos sembrado.

¿Cómo tomamos decisiones que reflejen una vida de sencillez y deseo de una existencia más espiritual? Prestando atención a quienes nadie la presta, en lugar de manejar nuestro entorno como si estuviéramos en un cóctel, leyéndole a un niño propio o ajeno, no empujando a la gente para abrirnos paso como si los demás fueran un estorbo para lograr nuestro objetivo. Los placeres sencillos son aquellos momentos en que se vive la vida en lugar de consumirla, y los momentos son espirituales cuando lo trascendental inspira lo ordinario. Las mejores cosas del mundo se les ofrecen en forma gratuita a aquellos que, en plena libertad, han tomado las opciones adecuadas.


XI. Cocine algo, construya algo.
Todos tenemos que comer, y el comer en el Antiguo Cercano Oriente era mucho más que una necesidad biológica: era una manifestación social, política y teológica. Era muy importante quien se sentaba a la mesa, en qué silla y en qué orden. Las cosas no han cambiado mucho. La mesa sigue siendo el último baluarte del orden y la tradición tanto en la familia como en la sociedad. Todavía comer no es solamente una necesidad biológica, es un ejercicio espiritual; y, hasta en los más pequeños detalles, es el barómetro más importante de la vida espiritual. La mesa mantiene unida a las familias. Una familia cuyos miembros no comen una sola comida juntos es una familia que se cruza en los corredores sin hablar. ¿Quién podría argüir que comer en el automóvil constituye un avance de la civilización? Y ¿Qué decir de los hornos de microondas? Son maravillosos para recalentar los alimentos, pero ¿se supone que deben reemplazar al horno tradicional? También existe la bandeja de comida rápida para ver televisión, la mayor blasfemia. No sólo nos aleja de la mesa sino que aparta nuestra mirada lejos de los rostros que necesitamos tener en frente.

Nadie que desee simplificar su vida y convertir el tiempo ordinario en momentos de valor espiritual puede ignorar la función de la mesa a la vez como ancla y como conducto. Esta es la primera parte de la recomendación once para una vida cimentada a la tierra pero abierta a la posibilidad del cielo: ponga una mesa pesada en el centro de su hogar, descarte las sillas plegables y deje de creer que se puede comer siempre por fuera y construir una vida adentro. Insista en que las personas que usted ama asistan a por lo menos una comida cada día; bendiga la mesa, salude y diga algo sobre la calidad del día. Y no comience a comer hasta que todos se hayan sentado a la mesa.

Recuerde que no es solamente a través del consumo de alimentos que entramos en comunión mutua, sino también durante su preparación. Lamentablemente los ritos que antes formaban parte de la cocina, en que alguien cortaba y otro amasaba mientras que alguien más destapaba la botella de vino y servía, hoy ha caído en desuso, aún cuando no hay mayor estimulante del apetito que el aroma de alimentos que se están convirtiendo en una comida pero no lo son aún. El almuerzo despachado a domicilio puede ser más fácil, pero llega sin aviso y por lo tanto sin mayor atractivo, negándole a todos los sentidos su principal placer: la expectativa.

La segunda parte de la recomendación está dirigida a aquellos que trabajan con el cerebro y rara vez con las manos. La vida de la mente es una cosa maravillosa, pero como alguien que la vive puedo asegurarle que no basta. Las ideas son algo poderoso pero son efímeras. Fíjese en algunas personas que creen que la mejor prueba del éxito está en contratarlo todo; si necesita un jardín contrate a un jardinero. El éxito según eso significa trabajar con conceptos, elaborar componentes de un proyecto que otra persona se encargará de ensamblar. Lo que se pierde en el proceso es la conexión con el mundo físico y con esa sensación tan satisfactoria para el alma que llamamos “construir”.

Usted puede pensar que hay muchas cosas que no es capaz de hacer, pero la verdad es que todo oficio se aprende; y que nada reemplaza el proceso de planear un proyecto y ejecutar la tarea uno mismo; cometerá errores por supuesto y eso lo mantiene humilde. Así que además del regreso a la mesa, puede ser sabio comprar algunas herramientas. La vida simple es una vida práctica, y la vida espiritual percibe la belleza en todas partes –hasta en el serrucho o el suave deslizar de la espátula sobre el cemento fresco. Ahuyente para siempre la arrogancia que dicta que el obrero es inferior al gerente, y declaremos sagrado otra vez todo tipo de trabajo.


XII. Esperar y desear: el placer de la expectativa.
Admitamos que la paciencia entendida como una virtud pasó al olvido hace mucho tiempo. Queremos todo en la vida ya mismo y percibimos la espera como una forma de impotencia. Si nuestra civilización debe sobrevivir, tendrá que recuperar el antiguo arte de la esperanza. Tendrá que fomentar la imaginación moral y alimentar los sueños humanos más allá de las ambiciones personales. Necesitamos deshacernos de la ilusión de que las cosas buenas pueden ser nuestras inmediatamente, de que ahorrar dinero es anticuado, y de que la meta es la única parte importante de la carrera. Puesto que forjar almas tiene su propio ritmo, ¿quiénes somos nosotros para apurar las cosas? La vida es un viaje, no un simple destino, y la sabiduría viene del anhelo. Si quiere darle altura a cualquier conversación, pregúntele a su interlocutor lo que desea ser algún día. Vivir albergando esperanzas no es perder el tiempo; sembrar la vida con el germen de las posibilidades no es un juego inocuo propio de los niños. Vivir el momento presente mientras se anticipa el siguiente puede parecer contradictorio, pero es en realidad el sello distintivo de la vida espiritual.

Esta es la recomendación final, la número doce, para una vida sencilla sin ser simplista, y ser espiritual sin ser dogmático: considere la esperanza como la única tendencia para la cual no existe alternativa aceptable. Sea paciente y recuerde que a veces las cosas se resuelven de acuerdo con cierta sabiduría que va más allá de la compresión racional. A lo largo del camino no abandone el gozo sencillo que viene de esperar con ilusión las cosas que le producen placer.

La vida de los placeres sencillos es un estado de ánimo tanto como una manera de ser. Es el encuentro del alma y de las sensaciones, disponible para todos pero sin garantía para nadie. Los momentos que tenemos son breves, como cachorritos que salen rebosando de una caja de cartón, se cae uno encima del otro chillando y después desaparecen. El reino del Cielo está en nosotros y en nuestro entorno, pero sólo podemos verlo con los ojos del corazón. Cuando penetramos en él por un instante, por un glorioso momento, percibimos lo que puede ser la eternidad.

Por el momento intente poner en práctica estas doce sugerencias: recupere el arte de la conversación pues sin ella la vida es un malentendido silencioso. Asista a conciertos y escuche música en vivo, pues sin el ritmo la vida es poco más que respiración. Nunca deje de consumir libros pues son el festín de la imaginación. Y aquellos que tienen hijos recuerden que ser padre es una especie de religión doméstica que se práctica 24 horas al día, y que los dioses pequeños siempre nos están observando. Sea gentil con los cuadrúpedos y con todas las criaturas de la tierra como si la vida suya dependiera de ello -porque es así. Piense en escribir una carta o en ofrecer un regalo, pues no hay mayor virtud que la consideración. Recuerde que cape diem es más que un eslogan en una camiseta; es una manera de vivir que aprovecha el momento. Devuelva el beso a la cocina y restituya el romance en su sitio, el Templo.

Descarte cualquier religión excluyente, que tienda a volverlo mezquino, y sustitúyala con una que lo vuelva más compasivo. Recuerde que la libertad no tiene nada que ver con hacer lo que uno quiere impunemente, y todo que ver con la deuda que uno desee asumir en el nombre de los demás. Sálgase del carril rápido y meta la mano en la caja de recetas o en la de herramientas, pues cocinar y construir le hacen bien. Y, por último, sea paciente y deje que el mundo vaya evolucionando. Tener expectativas sirve para el corto plazo y la esperanza de ahí en adelante.

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